Deseo contar un poco mi historia. La de Elizabet Piccininini.
Hace muchos años, fui a un taller de cerámica, donde me cautivó la arcilla, poder darle vida a un trozo de barro.
A partir de esa experiencia, decidí cursar la escuela de cerámica de Carlos Morel de Quilmes, donde me recibí de Maestra de Cerámica. Agradezco los excelentes profesores que me formaron, sembrando en mí las ansias de superación. Me conectaron con la alquimia de la transformación de los elementos por la temperatura.
Siempre tengo presente a un lujo de profesora que tuve en dibujo, Hilda, que me enseñó a ver antes de dibujar y a no limitarme en la búsqueda del saber.
Al terminar la escuela, monté mi taller y siempre tuve muy en cuenta las inquietudes de mis alumnos; por lo cual sabía que debía perfeccionarme. Me conecté con la Galería Innen en Lomas de Zamora, donde cursé distintos seminarios y talleres.
Allí conocí a Lina Cheverría, "La Catalana", quien me transmitió muchísimas técnicas aprendidas durante sus continuos viajes a España. Fue muy generosa con sus conocimientos, y me incentivó a incursionar en la técnica de vitrofusión.
También cursos de dibujo con Enrique Ascarate y Puggia, con distintas apreciaciones de ver formas y abstracciones.
Concurrí al taller de Jorge Fernández Chiti, muy útil para mi formación en esmaltes.
El próximo año me conecté con el taller de Pedro Alcaína, un lujo de persona, donde trabajé epecialmente escultura, pastas, esmaltes y raku.
Por esos años, los '90, mis alumnos me reclamaban lo que se hacía en Brasil, la demarcación de esmaltes, para que no se desplazaran, piezas pintadas con pigmentos al estilo Delf, mexicano, italiano, etc.
En el año '92 lo pude comprobar yo misma, visitando nuestras Cataratas y pasando al lado brasileño.
Al conversarlo con Pedro Alcaina, me dijo que seguramente trabajaban con pigmentos y esmaltes americanos, de la empresa Duncan.
Tomé casi un año de clases de pintura sobrecubierta con Rely Molinari, pero requería demasiadas horneadas y el brillo era distinto al de la cerámica.
En la revista Nueva Cerámica, me llamaron la atención algunos artículos de profesoras de Brasil, con quienes viajé a tomar clases.
Me enteré que Casa Ruiz de Argentina iba a traer los productos Duncan, y hornos de bajo consumo. Me dirigí a ellos y gracias a mi padre, compré el primer horno de bajo consumo que trajo dicha empresa.
Mi trabajo, y mi curiosidad insaciable, me llevaron a viajes por varios países, como Costa Rica, Chile, Ecuador, México y Estados Unidos, asistiendo a todas las convenciones que podia, y tomando seminarios avanzados Duncan y visitando a su vez los estudios de los ceramistas que iba conociendo por el camino.
Considero importante ver cómo trabajan en otros países. Por suerte ahora existe Internet, a través de la cual nos conectamos y vemos las tendencias más usadas.
Las alumnas avanzadas traen impreso aquello que desean hacer, y en la mayoría de los casos eso me lleva a experimentar con nuevas técnicas, mezclar
esmaltes con arenas, engobes, arcillas, siliconas, elementos químicos no tóxicos, etc, para lograr lo que me piden.
Me gusta hacerlo y esperar a poder abrir el horno y ver si se logró lo buscado.
Me produce la misma expectative que sentía con mis profesores del magisterio de cerámica, porque siempre es el horno el que tiene la última palabra.